“Si una tierra nutrida y la biodiversidad del entorno es lo que garantiza nuestro oficio, ¿cómo no vamos a cuidar el medio ambiente? Es nuestra razón de ser. 

Por eso producimos no sólo pensando en la parte productiva, sino por ejemplo en recuperar flora auxiliar como las plantas aromáticas, que atraerán insectos y así podemos afrontar naturalmente las plagas. Y a la vez minimizando todos los fitosanitarios permitidos en agricultura ecológica, con el objetivo de mantener la vida de este suelo”.

Algunos pensadores hasta afirman que los gobiernos deberían pagar a los agricultores el servicio medioambiental que prestan a la sociedad. Por poner un ejemplo, ¿cuánto se ahorrarían si no tuvieran que depurar el agua contaminada por prácticas agrícolas insostenibles? Según un informe de la FAO, a nivel mundial el contaminante químico más común en los acuíferos subterráneos son los fertilizantes químicos nitrogenados procedentes de la actividad agrícola. 

Otro gran problema es el de la reducción de emisiones. Mientras la agricultura convencional es la fuente de 1/4 de las emisiones de gases de efecto invernadero en todo el mundo, en el lado opuesto está la agricultura sostenible, convirtiéndose en el único sector que secuestra carbono gracias a la biomasa producida en los campos y bosques. 

Cuando hablamos de biomasa nos referimos a las plantas, pero también a los organismos vivos como bacterias, hongos, lombrices y otros insectos, que hacen que los suelos estén vivos y sean fértiles.

Por eso hablamos de héroes de la ecología. Porque con los agricultores sostenibles a pequeña escala la balanza se decantaría a favor del planeta.

También se preservarían las abejas, los principales polinizadores del que depende el 71% de los cultivos más comunes en el mundo. Así como la demás fauna útil o auxiliar, que se basa en aquellas especies cuya presencia sirve como barrera a la proliferación de plagas y enfermedades en los cultivos. Nos referimos a microorganismos, insectos o pequeños mamíferos y reptiles. 

Pero también los pájaros anidarían tranquilos en los árboles y se mantendrían las balsas y así los anfibios podrían reproducirse. 

Particularmente beneficiosas son las aves insectívoras que se alimentan de invertebrados que pueden ser nocivos para el cultivo. Además, de alegrar el día a día en el campo, con sus cantos y colorido. 

Pero lo que para los agricultores a pequeña escala es una filosofía de vida, esto parece que se ha olvidado en estas explotaciones tan grandes cuya finalidad es simplemente un beneficio económico, y solo buscan tener variedades lo más productivas posibles. Pueden estar certificadas en ecológico, y en este sentido no usar fosfatos y herbicidas, pero el sistema de producción no cambia. 

Todas las soluciones que podría aportar la agricultura ecológica, en la agricultura industrial ecológica desaparecen. 

Parece que aquí el quid de la cuestión es la forma industrializada de producir. Si hablamos de manos sacando las malas hierbas y de pequeños motocultores, o de grandes extensiones de monocultivos e imponentes tractores. 

“No venimos a apuntalar el sistema, sino a cambiarlo por uno nuevo”, vociferan algunos pequeños y medianos agricultores. El campo necesita una profunda reforma que no trate a la tierra como mercancía, sino como un recurso natural al servicio de la vida. 

Si como sociedad tenemos un problema a nivel medio ambiental, y existe un colectivo que puede revertir la situación con su trabajo, ¿no deberíamos alabarlo, compensarlo, apoyarlo, o al menos estar agradecidos? ¿no deberían los gobiernos velar para que existan y puedan vivir dignamente de su trabajo? ¿no deberían potenciar un tipo de agricultura a favor del clima? 

Algunos consumidores ya lo tienen claro: “gracias por producir esta comida que ya forma parte de nuestro estilo de vida saludable y con consciencia medio ambiental. Y por eso solo deseo que el trabajo de los agricultores sostenibles continúe por muchos años. Por mi parte, seguiré apoyándolos”.