Desde 1979, cada 16 de octubre se conmemora el Día Mundial de la Alimentación. Treinta y siete años después de ser proclamado por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) con el objetivo de llamar la atención sobre el hambre, la desnutrición y la pobreza en el mundo, la complejidad del problema no ha hecho más que incrementarse. Los factores que intervienen son medibles a largo plazo y han traído como consecuencia la ruptura del equilibrio del ecosistema por acción directa de los seres humanos, nuestros modelos de producción, el sentido de la riqueza y el bienestar basados en criterios de aprovechamiento y crecimiento desmedidos.
El inherente equilibrio entre alimentación y clima
El afán humano por domesticar la naturaleza, explotar y comercializar sus recursos sin un compromiso sincero con la sostenibilidad, el cuidado del medio ambiente y el derecho a una vida digna de las personas, desemboca en la realidad que hoy nos atiza por todos los frentes: el cambio climático. Este fenómeno ya es un hecho que acentúa los problemas de abastecimiento de alimentos y recrudece los brotes de pobreza y hambrunas en zonas sensibles de los países subdesarrollados. Y al mismo tiempo, acrecienta la arrogancia de los desarrollados que afrontan las sequías, inundaciones, olas de calor cada vez más largas y en meses impropios de cada estación con paliativos que pasan por la perforación de pozos, el trasvase de agua, más represas y plantas de energía de combustibles fósiles o nuclear, capaces de soportar la demanda energética de la producción a gran escala, además de la indigna compra-venta de cuotas de contaminación.
A partir de los años cincuenta del siglo pasado, los turbulentos intereses de los poderosos lobbys que controlan la industria alimentaria del mundo, apostaron por la falsa promesa de solucionar el problema del hambre y la seguridad alimentaria con los organismos genéticamente modificados (OGM-Transgénicos). Además de las muchas evidencias científicas que los desaconsejan, subyuga la soberanía alimentaria de los productores al crear patentes sobre las semillas, así como el “invisible” problema de la contaminación de los suelos, acuíferos, ríos y mares con vertidos de productos fitosanitarios que usan para combatir las plagas y que establecen una dinámica sin fin de maltrato a las fuentes de producción segura de alimentos: tierras y aguas limpias, buenas prácticas agrícolas, ganaderas y pesqueras, además de mercados justos en los que productores y consumidores locales decidan qué comen y cómo quieren comer.
Restablecer el equilibrio: el gran desafío por el que hay que pasar a la acción
Así estamos en octubre de 2016 tras la Cumbre de Desarrollo Sostenible de la ONU celebrada en septiembre de 2015 en la que 193 países se comprometieron a acabar con el hambre en 2030. Pero como hemos visto, afrontamos un proceso sistémico en el cual el cambio climático y los modelos de consumo, entre otros aspectos fundamentales, son esenciales para abordar el problema de manera coherente y eficiente, si bien el Acuerdo de París sobre el Cambio Climático firmado a finales del año pasado por 195 naciones, destacó la seguridad alimentaria como un área prioritaria de actuación.
No obstante el tiempo sigue pasando, faltan menos de quince años para el objetivo mundial de alcanzar el Hambre Cero en 2030, y el eje fundamental del problema, el cambio climático y la educación alimentaria, se sigue abordando con buenas intenciones y pocas acciones que empoderen a las personas en su parte de responsabilidad para avanzar en la solución de este complejo problema de todos.
En un mundo que incrementa la brecha entre famélicos y obesos, ricos y pobres, el cambio de los factores climáticos en todas las zonas del planeta puede arrasar la prosperidad de lugares que hasta ahora se consideran a salvo de sus consecuencias. Lugares “ricos” capaces de abastecer sus mercados con productos aparentemente baratos que dejan una larga huella de carbono en una extraña ubicuidad de alimentos que no son propios del territorio ni de la estación, miran como un asunto lejano la desforestación para dar tierras a la agricultura y ganadería intensivas, se encojen de hombros ante las toneladas de envases y su dudoso reciclaje utilizando las zonas más desfavorecidas de África y Asia como vertederos del primer mundo. Además del inadmisible desperdicio de alimentos que la industria descarta por criterios estéticos y hábitos de consumo que han impuesto a los consumidores, que irreflexivamente llenan los carros de la compra con cantidades de productos innecesarios que acaban en la basura.
Esta inquietante realidad es la que apremia a cada persona a tomar el control y pasar a la acción para restablecer el equilibrio, porque nadie es demasiado pequeño para hacer algo útil ante un problema como el cambio climático, que es inherente a los desafíos que plantea la alimentación. Es responsabilidad de todos conmemorar el 16 de octubre –Día Mundial de la Alimentación– como una fecha señalada en la vida de cada ser humano que habita el único planeta que tenemos, porque se trata de algo fundamental para la vida que no está garantizado: comer.
Escrito por: Irene Zibert Van Gricken
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