“La tierra es para quien la trabaja”, clamaban durante la Revolución Mexicana los campesinos que seguían a Emiliano Zapata en su lucha contra las oligarquías terratenientes; “tierra y libertad” pedían los milicianos anarquistas españoles en la Guerra Civil española, que entendían que una sociedad libre solo se podría construir sobre la base de un reparto justo de la tierra. Han pasado muchas décadas desde que estos lemas dejaron de cantarse, pero para los pequeños y medianos agricultores europeos del año 2025, en muchos sentidos siguen totalmente vigentes.
En todo el continente, las tierras agrícolas se enfrentan a una presión sin precedentes. La expansión urbana, la especulación y la concentración amenazan uno de nuestros recursos más valiosos, la clave de nuestra independencia alimentaria. Según la Agencia Europea de Medio Ambiente, solo entre 2012 y 2018 la Unión Europea perdió más de 120.000 hectáreas de terreno cultivable a causa de la expansión urbana. Al mismo tiempo, la concentración de la mayoría de la tierra en unas pocas manos dificulta la entrada al sector de los jóvenes: en 2020, el 3,6% de las explotaciones controlaba el 52,5% de la superficie cultivable, mientras que dos tercios de las explotaciones tenían menos de 5 hectáreas. A esto se une el creciente interés de los grandes fondos de inversión por hacerse con tierras agrícolas y ofrecerlas en alquiler en contratos de larga duración, algo que encarece el precio de la tierra y excluye del sector a proyectos con poco capital de partida, como los jóvenes o los pequeños agricultores que quieren expandirse.
La imagen resultante de la suma de todos estos factores parece clara: el encarecimiento de la tierra encamina al campo europeo a su “uberización”, a una agricultura en la que los campesinos dejen de ser propietarios para pasar a ser empleados a tiempo parcial de unas pocas grandes corporaciones, las únicas con capital suficiente para poder entrar al mercado, que priorizarán ante todo maximizar la rentabilidad de su inversión. Un panorama situado en el extremo opuesto de la tradición europea de pequeñas explotaciones familiares, vinculadas al territorio y al producto local.
Frente a esto, ciudadanos en diferentes rincones del continente están arrancando iniciativas para proteger las tierras agrícolas de la especulación y garantizar su uso sostenible a largo plazo. Proyectos que a través de diferentes modelos de gestión colectiva no solo intentan salvar tierras de la urbanización y la especulación, sino que están reimaginando la propia noción de propiedad de la tierra agrícola, considerándola como un bien común que debe ser gestionado en beneficio de todos y no solo unos pocos accionistas.
La organización francesa Terre de Liens [Tierra de Vínculos] es quizás el ejemplo más paradigmático de este tipo de iniciativas. Fundada en 2003, lleva desde entonces adquiriendo tierras agrícolas para alejarlas de la especulación y destinándolas a nuevos agricultores.
El caso típico de funcionamiento es uno en el que los líderes de un proyecto piden a Terre de Liens que les ayude a encontrar terrenos donde instalarse, con la intención de que la organización los adquiera y se los alquile. Tras validar la solidez técnica del proyecto, Terre de Liens inicia una operación de recaudación de fondos específica para la adquisición, y una vez que ya es de su propiedad, firma un contrato de arrendamiento rural medioambiental que permite al agricultor utilizar la tierra sin límite de tiempo bajo la condición de que desocupe la explotación cuando finalice su actividad agrícola o en caso de incumplimiento de las cláusulas del contrato.
Además de con la búsqueda de terrenos, Terre de Liens apoya a los principiantes con asesoramiento metodológico y legal, los pone en contacto con otros en situación similar, da acceso a plataformas de compraventa de tierras, los conecta con las administraciones competentes o les permite probar su actividad en incubadoras, entre otras muchas facetas. En resumen, Terre de Liens es una puerta de entrada a la agricultura para todos aquellos que se quieren dedicar a ello pero no provienen de una familia de agricultores, una figura que hoy en día supone el 60% de los candidatos, ya que no cuentan con el apoyo de una red familiar ni disponen de tierras en herencia.
Y no solo ayuda a los que quieren comenzar una carrera, sino también a aquellos agricultores a las puertas de la jubilación que no saben a quién pasar la gestión de su explotación o desean transmitir sus conocimientos. Un ciclo virtuoso para preservar la vocación agrícola del terreno y promover prácticas agrícolas sostenibles.
Todo esto se financia a través de dos figuras: una sociedad de inversión ciudadana, Foncière Terre de Liens, que permite a cualquiera convertirse en propietario solidario mediante la compra de acciones; y una fundación, Fondation Terre de Liens, que puede recibir donaciones y legados de tierras, asegurando su preservación a perpetuidad. Los resultados de esta fórmula hablan por sí solos: en sus más de 20 años de operación, Terre de Liens ha adquirido, gracias al apoyo de más de 38.000 ciudadanos, más de 300 granjas en toda Francia y ha ayudado a establecerse a más de 700 agricultores en 7.500 hectáreas reservadas para siempre a la agricultura ecológica. Cifras y hechos que son la prueba palpable de que es posible crear un modelo económico viable que ponga la tierra al servicio del bien común.
La cooperativa alemana BioBoden Genossenschaft se fundó en 2015 como respuesta a la creciente concentración de tierras agrícolas en manos de inversores no agrícolas. Su funcionamiento se basa en la participación de los ciudadanos a través de la compra de participaciones en la cooperativa, con una inversión mínima de 1.000 euros; BioBoden busca que cada miembro se haga responsable simbólicamente de al menos 2.000 m² de tierra agrícola, la cifra resultante de dividir el suelo agrario útil del planeta entre la población mundial. Los socios, como es habitual en el modelo cooperativista, también tienen voz y voto en los procesos de decisión internos de la organización.
Los fondos procedentes de la compra de acciones se destinan a la adquisición de grandes extensiones de tierra que luego se arriendan de manera permanente y a precios asumibles a agricultores orgánicos. BioBoden también gestiona directamente algunas explotaciones, cuenta con una fundación para hacerse cargo de las tierras de aquellos agricultores que busquen sucesores responsables, y ayuda a los agricultores con la comercialización de sus productos.
BioBoden en la actualidad cuenta con más de 7.130 miembros, con cuyo apoyo ha asegurado 4.910 hectáreas de tierra y se han asociado con 86 granjas, demostrando que la propiedad colectiva de la tierra también funciona bajo un modelo cooperativista.
De Landgenoten [Los Compatriotas] surgió en 2014 en Bélgica, en la región de Flandes, como respuesta a la creciente presión sobre las tierras agrícolas en una de las regiones más densamente pobladas de Europa. La organización es una cooperativa y una fundación que compra tierras agrícolas con el dinero de accionistas y donantes, para luego alquilarlas a agricultores orgánicos a través de contratos de por vida. Como en los casos anteriores, también asesoran sobre cómo cultivar de forma sostenible o ponen en contacto a quienes están dejando el negocio con otros que quieren continuarlo.
La participación mínima con la que convertirse en socio de la cooperativa es de 250 euros, y algo que la distingue de otras organizaciones similares es que durante el proceso de compra se pueden asignar acciones a un proyecto específico, a modo de crowdfunding, permitiendo a los proyectos que están buscando financiación para obtener tierras saber cuánto les queda para conseguir su objetivo. Un modelo original que estrecha la relación entre socios y agricultores.
En sus primeros ocho años de actividad, De Landgenoten ha conseguido movilizar a más de 1.600 cooperativistas, ha adquirido 47 hectáreas de tierra y ha apoyado a 14 proyectos agrícolas. Cifras que pueden parecer modestas pero que hay que poner en contexto teniendo en cuenta el alto precio de la tierra y la escasez de tierras agrícolas disponibles en la región flamenca.
En España, la Red Terrae ha desarrollado un enfoque diferente, con mayor protagonismo de las administraciones locales, especialmente adaptado al contexto español, donde el abandono rural y el envejecimiento del campesinado son problemas acuciantes. La Red, nacida en 2012 como una iniciativa de varios municipios comprometidos con el desarrollo rural y la agroecología, conecta a través de su herramienta Banco de Tierras Agroecológicas a propietarios de terrenos abandonados con agricultores que buscan tierra para cultivar en uso agroecológico. Por su parte, los ayuntamientos suscritos a la Red actúan como intermediarios, garantizando los acuerdos de cesión temporal.
De esta manera se obtiene un triple beneficio: los propietarios mantienen sus tierras en uso y según el acuerdo al que lleguen pueden recibir una pequeña compensación en producto o económica; los agricultores obtienen acceso a tierra sin necesidad de grandes inversiones; y los municipios ven revitalizadas sus zonas rurales con la llegada de nuevos proyectos y habitantes.
En la actualidad, el banco de tierras gestiona 250 hectáreas de terrenos abandonados, aunque tienen catalogadas más de 1.000 hectáreas propicias para ser utilizadas bajo esta fórmula. Su enfoque propio, adaptado a la realidad local, demuestra que se pueden impulsar el relevo generacional y las prácticas agroecológicas sin grandes inversiones de capital, aprovechando los recursos existentes y el potencial de la colaboración público-privada.
Aunque sus enfoques varían según el contexto nacional y local, todos estos proyectos demuestran que existen alternativas viables al modelo tradicional de propiedad de la tierra agrícola, y que el proceso de acumulación especulativa actual no es inevitable. Y quizás aún más importante, ejemplifican que existe una masa ciudadana comprometida con la agricultura sostenible y la visión de la tierra como un bien común dispuesta a apoyarlos tanto económicamente como participando activamente en ellos.
Llegados a este punto, con algunos de estos modelos superando las dos décadas de existencia, la pregunta a plantearse ya no es si son viables, sino cómo podemos ampliarlos para que lleguen al grueso de la ciudadanía. Quizás sea hora de reformular el viejo anhelo zapatista y empezar a cantar “la tierra es para quien la protege”. El futuro de nuestras tierras agrícolas está, literalmente, en manos de todos.
Autor: Guillermo López Linares
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