Toxinas a la mesa: el uso de agroquímicos en la agricultura

La intensificación agrícola ha conducido al uso de un alarmante número de plaguicidas que, con la excusa de alcanzar una producción mayor, está acabando con buena parte de la biodiversidad de nuestros campos y generando, a corto y largo plazo, graves problemas para la salud. Alternativas para hacer frente a la realidad.

Responden al nombre de agroquímicos, pesticidas o plaguicidas, pero todos ellos hacen referencia a lo mismo: sustancias que repelen o controlan cualquier plaga durante la producción agrícola y que, en apariencia, contribuyen al estado saludable de la planta. Son más de 900 mil agricultores – registrados- los que hacen uso de ellos y a pesar de que la industria defienda que son inocuos, el debate lleva años servido. Esta generalización del uso de agroquímicos se ha debido en gran parte al desarrollo de la biotecnología genética, los tan cuestionados alimentos transgénicos. Al presentar la plaga una resistencia mayor cada vez que tratan de combatirse, se requieren herbicidas y plaguicidas de mayor alcance, convirtiéndose al final en la pescadilla que se muerde la cola. 

Desde que salió al mercado en 1970, el glifosato, ha estado en el punto de mira. Se trata de un herbicida que se comercializa bajo el nombre de Roundup, cuya patente ha controlado la multinacional Monsanto (en manos de Bayer desde 2018) hasta el año 2000. Entre 1974 y 2014 se han esparcido 8.600 millones de kg y es a partir de los 90 cuando su uso se vuelve casi masivo. Al comienzo se concibió como algo positivo, por percibirse como una mejora del rendimiento, hasta que llegó la controversia al comprobarse el impacto negativo que ocasionaba tanto al medio ambiente como a la salud. A pesar del ruido que viene haciendo el glifosato durante años, otro compuesto que se presenta aún más peligroso es el clorpirifós, plaguicida al que se le atribuyen daños en el desarrollo cerebral y el sistema nervioso de los niños y que, tras 50 años silenciado, afortunadamente la Unión Europea prohíbe desde febrero.

Arrasan con el ser vivo

Estudios demuestran que los plaguicidas son causantes de 200.000 muertes al año, afectando principalmente a los países en desarrollo. Además, suponen graves daños para la biodiversidad, persistiendo en el medio ambiente durante décadas, contaminando agua, suelo y aire y afectando a los seres vivos que en el cohabitan. Los neocotinoides –una familia de insecticidas que actúan en el sistema nervioso central de los insectos- por su parte, están relacionados con la muerte de las abejas de la miel en varias zonas del mundo.

En cuanto al glisofato, en 2015, la OMS lo clasificó como “probablemente cancerígeno para los seres humanos” y está relacionado con enfermedades como el autismo, la anencefalia, Alzheimer, intolerancia al gluten, enfermedad renal crónica, esclerosis múltiple, Parkinson o depresión, entre otras. Afecciones que sobre todo se vuelven comunes en los “pueblos fumigados” y entre la gente que vive en las proximidades de cultivos que abusan de este tipo de productos.

¿Cómo actúa el mundo ante esto?

Mientras siguen los juicios y las acusaciones contra el pesticida más usado del mundo, -la última sentencia contra Monsanto confirmaba la relación directa entre el uso del glifosato y la enfermedad del cáncer, a pesar de que la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (EPA) y las agencias europeas Efsa (seguridad de los alimentos) y Echa (sustancias químicas) mantengan lo contrario- los gobiernos siguen debatiendo sobre la regulación que debe existir ante su uso.

A nivel mundial ya son 18 las naciones que han optado por vetar o restringir el uso de este agroquímico. En España, más de 150 organizaciones han pedido ya al gobierno su autorización, y aunque la ministra española para la Transición Ecológica sostenga que “hay que tomar una decisión con arreglo al principio de precaución y de protección de la salud de las personas y de los ecosistemas que sea la más recomendable” y más de 45 municipios hayan establecido algún tipo de restricción sobre su uso, lo cierto es que la licencia para el uso de glifosato aún está vigente hasta 2022 después de que, como país de la Unión Europea, renováramos el acuerdo. Pero este solo es el caso del glifosato visto desde cerca, lo preocupante es que España está a la cabeza en el uso de agroquímicos a nivel europeo, consumiendo un promedio de 73.000 toneladas anuales durante el quinquenio 2011-2015. 

¿Existe una solución?

La vuelta a lo ecológico es posible, pero sobre todo es necesaria. Apostar por métodos de producción sostenible, o al menos, por productos que no sean nocivos para el medio ayudaría a atenuar los efectos que estos plaguicidas ya han provocado. Como es el caso de diversos productores que trabajan con ¡La Colmena Que Dice Sí!. Entre ellos Luis Javier González, de la Huerta ecológica El Campillo, dedicado a la agricultura ecológica por convencimiento propio, está seguro de que “se puede cultivar y producir alimentos sin el uso indiscriminado de pesticidas y de contaminantes” por eso no recurren a ellos.

Al igual que Mario Chacón, de la Huerta de Leo, que apuesta por lo ecológico “por motivos morales, ya que estamos convencidos de que es un tipo de agricultura más sostenible siempre y cuando venga acompañada de una comercialización de cercanía y con los menores intermediarios posibles”. En su caso, Javier Martín, de Huerto Ecológico Raza, solo utiliza productos naturales para combatir hongos o plagas que están permitidos por la CAEM (Comité de Agricultura Ecologica de la Comunidad de Madrid), lo que ha devuelto la vida a su huerta “antes no había apenas insectos ni pájaros. Hoy puedo observar garzas, conejos, abubillas, topos, culebras, corzos, rapaces, etc”. Aún así, muchos coinciden en lo costoso que se antoja apostar por métodos sostenibles y ecológicos “el año pasado tuve una plaga y tuve que arrancar casi 200 plantas de tomates” añade Javier.

No solo son los agricultores los que han visto la necesidad de optar por este tipo de cultivo, siguiendo la cadena, diversos chefs están poniendo todo su empeño por poner en valor estas prácticas, como ocurre con Samuel Moreno, chef y propietario del restaurante Molino de Alcuneza, a escasos kilómetros de Siguenza que trabaja mano a mano con recolectores que nutren su cocina con la despensa local. Colabora de forma estrecha con Carlos Moreno, al frente de La Espelta y la Sal -apreciado productor dentro de la red de !La Colmena Que Dice Sí!- con quién está recuperando cereales como la espelta, el trigo negrillo, el corazón, Florencio Aurora, monocucum (trigo escaña), que habían sido olvidados y que sirven para elaborar las harinas que darán fruto a sus maravillosos panes, considerados de los mejores en España. “Con ello estoy tratando de enseñar a la gente que lo ecológico puede ir más allá de las modas. Nuestro sueño es que los tres valles que confluyen en Sigüenza acaben convirtiéndose en uso exclusivo de cultivo ecológico” confiesa Samuel.

Samuel Moreno, Molino de Alcuneza

Escrito por Natalia Martínez, periodista

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