¿Por qué necesitamos relocalizar?

¡Cuanto más largo, más amargo! Los circuitos globales tienen un sabor desagradable: contaminación y pérdida de biodiversidad como entrante, especulación y hambruna de postre. Seamos realistas: este sistema está en las últimas, y quizá sea hora de apostar por el circuito corto.

Podemos imaginar revivir la pesadilla de la hambruna de 2022: el bloqueo de las exportaciones de cereales, petróleo y gas desde Rusia y Ucrania provocó un aumento sin precedentes en los precios de los alimentos en todo el mundo. ¿El resultado? Millones de personas muriendo de hambre en Afganistán, Etiopía, Yemen y Sudán del Sur, lejos de las fértiles llanuras de Europa del Este.

Dramático e irónico: la llamada “revolución verde”, que impuso una agricultura industrial orientada al comercio internacional, se suponía que debía “alimentar al planeta”. Pero, si la observamos de cerca, la producción alimentaria globalizada parece un fracaso total.

Beneficios por encima de vidas

En el sistema globalizado, los alimentos son una mercancía más y se negocian en los mercados financieros, incluso cuando hay vidas en juego. Esto ocurrió en las dos últimas crisis alimentarias, en 2020 y 2022. Las ONG Foodwatch y CCFD-Terre Solidaire analizaron el mercado francés en este período y descubrieron que la compra de reservas de alimentos por parte de actores puramente financieros, ajenos al mercado alimentario, aumentó ¡un 870%! En ese momento, **tres cuartas partes de los intercambios de alimentos no se realizaban para vender comida a los consumidores, sino para revenderla a otros especuladores**. “La volatilidad de los precios de las materias primas agrícolas hace que este mercado sea muy atractivo para las actividades especulativas”, escriben los autores del informe.

Como resultado, los precios de estos “productos financieros” han aumentado: ¡+48% en los cereales! Y la hambruna se agravó. “A través de una especulación excesiva, estos actores financieros capturan parte del valor de los alimentos y generan beneficios especialmente altos en tiempos de crisis”, señala el informe. Desde entonces, Foodwatch estima que más del 50% del mercado europeo de materias primas alimentarias podría estar en manos de actores financieros cuyo único objetivo es el lucro, y 100 millones de personas más han caído en el hambre en todo el mundo.

Pero el sistema alimentario global no necesita la codicia de los especuladores para fallar: la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) estima actualmente que 757 millones de personas sufren desnutrición crónica. En términos de inseguridad alimentaria (dificultad para acceder a una dieta saludable y equilibrada), la cifra asciende a 2.800 millones de personas. Eso es más de un tercio de la población mundial.

“El sistema alimentario global actual, basado en el comercio a larga distancia y dominado por unas pocas corporaciones gigantes, es altamente vulnerable a los shocks”, explica Chantal Clément, subdirectora de IPES-Food, un grupo de expertos internacionales. Todo parece pasar por muy pocas manos: solo cuatro empresas comercializadoras controlan el 75% del comercio mundial de cereales, y diez multinacionales dominan el 75% del mercado mundial de semillas. Entre ellas, Bayer-Monsanto, DuPont y Syngenta también están entre las seis compañías que controlan tres cuartas partes del mercado global de pesticidas.

“Estos circuitos largos y las corporaciones que dictan qué se cultiva y cómo, erosionan la diversidad alimentaria y la salud, desviando cultivos hacia bioenergía, piensos para animales o alimentos ultraprocesados”, continúa Chantal Clément.

Un balance ecológico difícil de digerir

El sistema está diseñado para generar beneficios para unos pocos, pero no para alimentar a la mayoría: los cultivos intensivos destinados al mercado global ocupan dos tercios de las tierras agrícolas y los recursos, pero solo alimentan a un tercio de la población mundial.

“También hemos visto que los circuitos cortos de alimentación han demostrado ser mucho más fiables, especialmente en tiempos de crisis”, añade Chantal Clément. “Hasta el 70% de la población mundial se alimenta gracias a pequeños productores y trabajadores, desde mercados públicos y vendedores ambulantes hasta cooperativas, agricultura urbana y ventas directas online. Son estos sistemas los que realmente están alimentando al mundo.”

Foto de Stéphane Gartner

¿Ya estás harto? Aún queda la parte más difícil de digerir: el coste ambiental de estos circuitos largos de alimentación. Aunque el impacto del transporte de alimentos es significativo (casi un 20% de las emisiones del sistema alimentario global, o un 6% del total de emisiones humanas), el principal problema está en la producción.

El comercio mundial de alimentos ha fomentado la monocultura intensiva en grandes superficies, con productos calibrados para supermercados, llenos de pesticidas y herbicidas, en detrimento de los cultivos destinados al consumo local. ¡El uso global de pesticidas se ha cuadruplicado en los últimos 50 años! “Las monoculturas y su dependencia de químicos dañinos representan una amenaza significativa para nuestra capacidad de alimentar a las personas, para la vida silvestre y para la resiliencia ante el cambio climático”, afirma Chantal Clément. “Estos paisajes industriales uniformes agotan la salud del suelo, aumentan la vulnerabilidad a plagas y enfermedades y fomentan la deforestación y la destrucción de la biodiversidad.”

La biodiversidad en peligro

Según la FAO, la biodiversidad agrícola se redujo en un 75% durante el siglo XX. Tres cuartas partes de nuestra alimentación provienen de solo 12 variedades de plantas y 5 razas de animales. Para Chantal Clément, esto supone un gran riesgo para la sostenibilidad de la agricultura misma: “Esta uniformidad genética en los cultivos y animales ha aumentado sistemáticamente la vulnerabilidad a epidemias y tensiones ambientales, incluido el cambio climático. Y más allá del coste ambiental, la expansión de las monoculturas también genera conflictos por la tierra, que a menudo conducen a desalojos forzosos y a la marginación de comunidades rurales. En última instancia, los sistemas de monocultivo industrial atrapan a los agricultores en un modelo costoso e insostenible que agota los recursos naturales y erosiona la diversidad alimentaria.”

Tal vez sea hora de apostar por la agroecología y los circuitos cortos de alimentación.

Autor: Aurélien Culat

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