Aceite de palma: para debatir, primero hay que conocer el debate

Seguro que a estas alturas, ya has oído hablar del protagonista de la película de hoy: el aceite de palma. Es posible que al pensar en él, te vengan a la mente asociaciones tanto negativas como positivas, y es que últimamente se ha abierto la polémica con posturas opuestas y defensoras en lo que a salud se refiere. Como en todo, para entrar en debate primero hay que saber de qué hablamos. La razón del post de hoy es dar un poco de claridad al asunto, así que ¡vamos allá!

Veamos, párate a pensar, ¿desde hace cuánto tiempo conoces al aceite de palma? Seguramente no demasiado, ¿un par de años? Sin embargo, él te ha estado acompañando desde hace unas cuantas décadas, concretamente desde finales de la revolución industrial cuando la industria alimentaria decidió metérnoslo hasta en la sopa (y no exagero, ¡eh! hasta en sopas de sobre está), lo que pasa es que si eres de los bienafortunados que sabes interpretar etiquetas de los productos antes de comprarlos, puede que antes no lo vieses reflejado en las mismas, porque había dos opciones, especificar el tipo de aceite utilizado, o declarar todo uso de aceites, bajo el cajón desastre de “aceite vegetal”, lo cual interesaba si se utilizaban ingredientes de mala calidad o fama. Es decir, bajo el nombre de aceite vegetal, lo mismo se escondían las famosas “grasas trans”, como el aceite de colza, de girasol, de palma o de oliva, aunque en este último caso, interesaba especificarlo por aportarle un valor añadido al producto en cuestión, y entonces sí, olvidaban el cajón desastre y declaraban su nombre y apellidos, en mayúsculas y colorinchis.

Sin embargo, la ley de nuestro país dio a luz a una nueva normativa que entró en vigor hace 3 años, obligando a la industria a declarar en el etiquetado el tipo de aceite contenido en el producto alimentario. Desde ese momento y a sabiendas de la connotación negativa que había causado el término de “grasas trans o hidrogenadas” en la población, la industria alimentaria optó por sustituirlas y abusar de otro tipo de grasa aún no tan conocida, siendo la elegida, la grasa o aceite de palma, y sin enrollarme, es por eso, que desde entonces, nos es familiar.

¿Qué es el aceite de palma?

El aceite de palma virgen se extrae de la fruta de un árbol llamado Elaeis guineensis, originario de África, y es la principal fuente de grasa de los habitantes de la zona desde hace miles de años, quienes lo utilizan para cocinar. Sin embargo, aunque su origen es África, desde que la industria alimentaria le echó el ojo debido a sus propiedades organolépticas, versatilidad y a su coste realmente barato, es el más consumido en todo el mundo (a pesar del gran impacto medioambiental que supone su sobreproducción que está dando lugar a una deforestación importante en Malasia e Indonesia.)

Bollería, galletas, snaks, panes, untables, helados, chocolates, embutidos, precocinados y un largo etcétera, esconden aceite de palma previamente refinado y con moléculas carcinogénicas formadas al someter al aceite a altas temperaturas, como bien avisó la EFSA en este informe.

¿Qué repercusión tiene en nuestra salud?

La polémica surge hace un par de meses tras la publicación de un estudio que vinculaba el ácido palmítico (el principal ácido graso que se encuentra en la grasa de palma) con el desarrollo de cáncer (en ratones), generándose así una alarma a base de titulares sensacionalistas, como es habitual. Anteriormente, ya se llevaba “la palma” al asociarse el ácido palmítico con el incremento del LDL colesterol popularmente conocido como colesterol malo.

¿Si es tan malo, por qué hay posturas defensoras?

El movimiento pro-palma argumenta que el aceite de palma se ha utilizado en poblaciones africanas durante miles de años cuya salud cardiovascular es excelente. Defienden además que aunque en su mayor proporción se trata de ácidos grasos saturados como el palmítico, no se ha demostrado una relación directa entre su consumo y una elevación de las partículas LDL pequeñas y oxidadas (el realmente perjudicial para nuestras arterias).

Ahora que sabemos de lo que hablamos, abrimos el debate…

No soy yo muy difusora del sensacionalismo y mucho menos si este está basado en el reduccionismo. En cambio, si soy defensora de tomar decisiones basadas en el sentido común y en consumir alimentos de calidad, y de lo que hoy en día se promociona como “comida real”. Me explico. Posiblemente ambas posturas sean razonables, pero partiendo de la base de que hablan de dos cosas muy diferentes, y es que aquí está el quid de la cuestión: una cosa es hablar de aceite de palma refinado y sometido a altas temperaturas utilizado por la industria alimentaria y presente en alimentos procesados y precocinados a los que tenemos acceso, y otro el aceite de palma virgen que consumen en las tribus africanas requetesanas, que no saben qué es un procesado y cuyo estilo de vida es muy diferente al nuestro. No es lo mismo aunque los dos sean aceite de palma y los dos contengan ácido palmítico, y la diferencia está en el proceso de refinado del aceite y los contaminantes tóxicos que se generan. Además, una cosa está clara por encima del revuelo: el tipo de alimentos que contienen aceite de palma y a los que tenemos acceso, de por sí, no son saludables.

Por todo esto, paremos el carro. ¿Existe aceite de palma “saludable”? Si. ¿Debemos utilizarlo? No.

Si buscásemos el beneficio de utilizar aceite de palma virgen, sería para incluirlo en nuestra cocina y cocinar con él. Sabemos que en España disponemos del mejor de aceite disponible, que tenemos acceso a él, que le encontramos incluso de diversas variedades, es barato y local: El aceite de oliva. ¿Por qué vamos a tener que recurrir a aceite de palma virgen exportada y nada sostenible?

Recuerda además, que el simple hecho de que un producto no contenga aceite de palma no lo hace per se saludable. Me atrevo a decir que tras la mala fama que está cogiendo el aceite de palma, el próximo paso de la industria alimentaria será el de sustituir el aceite de palma por otro tipo de grasa y presumir de él aludiendo a que su producto es “SIN”, o “libre de”.

Por favor, no caigamos en el reduccionismo. Que un producto alimentario no contenga aceite de palma (o cualquier otro ingrediente insano), no lo convierte en sano. Un croissant o unas galletas sin aceite de palma, seguirán siendo alimentos procesados y perjudiciales para la salud por otras razones ajenas al aceite de palma. Por tanto, una vez más, sentido común y consumamos alimentos frescos, locales, de temporada y de toda la vida.

 

Victoria Fagúndez Rodríguez

Dietista – Nutricionista

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