Frente a los desafíos ambientales y sociales que sacuden nuestras ciudades, las iniciativas locales se multiplican para reconectar a los habitantes con la naturaleza, reforzar la autonomía alimentaria y recrear el vínculo social. Entre ellas, los jardines compartidos juegan un papel central. Aparecidos en los años 1970 en Nueva York, los “community gardens” llegaron a Europa a finales de los años 90.
Al principio, se trataba simplemente de ofrecer un pedazo de tierra a aquellos que no lo tenían. Pero hoy en día, estos jardines colectivos son mucho más que lugares de cultivo de verduras: son verdaderos laboratorios de transición, refugios de biodiversidad y espacios de solidaridad.
Corrèze: un islote de verdor en zona urbana
En Brive, en el suroeste de Francia, el jardín compartido de “la Passerelle” nació de la voluntad de encontrar un lugar que reúna, que cree vínculo entre las personas. Gestionado desde 2009 por la asociación “Hortiphonie“, especializada en la creación y animación de jardines colectivos, este jardín se instaló a dos pasos de la estación, en un terreno baldío no utilizado.
Abierto a todos, el jardín de “la Passerelle” acoge numerosas entidades que trabajan con colectivos en dificultad. En este espacio se viene a hacer jardinería, por supuesto, pero también a intercambiar, aprender, reconectar… tanto con la tierra como con los demás.
“Aquí, la gente viene para sentirse mejor. Dejan sus preocupaciones en la entrada del jardín. Es su pequeña burbuja de oxígeno.”, explica Claire Lagrave, animadora de jardines compartidos en “Hortiphonie”.
Los jardines compartidos permiten que las personas se reúnan y aprendan a cultivar juntos © Pauline Sutter
Lo que hace único a este jardín:
Este jardín es el ejemplo perfecto de un proyecto ciudadano donde se mezclan bienestar, autonomía alimentaria y respeto por lo vivo. Prueba que la ciudad también puede acoger oasis fértiles y humanos.
Barcelona – Huertos en los tejados
Jardines compartidos en azoteas en Barcelona. © Instituto municipal de las personas con discapacidad
En una ciudad densa como Barcelona, donde el espacio es escaso, los ciudadanos han ideado una solución inteligente: ¡los tejados! Estos jardines suspendidos permiten no solo producir verduras localmente, sino también luchar contra las islas de calor urbanas, gracias a la vegetación.
Leyenda: Los jardines compartidos crean vínculo social… © Instituto municipal de las personas con discapacidad
En estos huertos en altura, las personas en situación de discapacidad, los escolares e incluso los mismos residentes del edifico, hacen jardinería juntos. La cosecha extra se dona a comedores sociales y bancos de alimentos, cerrando así el círculo de forma maravillosa. Además, ayudan a combatir las islas de calor urbanas, mejoran la calidad del aire y reintroducen la producción de alimentos en la ciudad. ¡No es de extrañar que este innovador proyecto haya ganado el primer premio en los Premios Europeos del Sector Público (EPSA)!
Bruselas: Parckfarm, un jardín colectivo en el corazón de la ciudad
Para aportar un poco de verde a las ciudades, ¡no solo están los tejados! También están los espacios urbanos abandonados. Es lo que sucede en Bruselas con el jardín colectivo, situado en el parque de Tour & Taxis. Este proyecto de agricultura urbana único transforma un antiguo sitio industrial en un espacio verde compartido.
“Parckfarm es una maravillosa historia… Llevo diez años haciendo jardinería aquí, y son diez años de felicidad“, dice Mostafa Mesnaoui, jardinero en “Parckfarm” desde 2015.
Esta iniciativa muestra que es posible dar un uso a los terrenos abandonados y transformarlos en lugares de intercambio, aprendizaje y resiliencia: un motor de transformación urbana.
Oosterwold: un barrio donde todo el mundo hace cultiva
En los Países Bajos, la ciudad de Almere ha lanzado un proyecto único en Europa: Oosterwold, un barrio experimental donde los habitantes deben dedicar al menos el 50% de su terreno a la agricultura. El barrio está, por lo tanto, diseñado en torno a estos jardines y no al revés.
Barrio de Oosterwold © Tara Schepers y Yolanda Sikking, Ayuntamiento de Almere. Fuente: The Guardian
Aquí, no hay plan de urbanismo clásico: los ciudadanos autogestionan su barrio (agua, carreteras, residuos…) y se organizan para cultivar juntos, compartir sus cosechas y crear un verdadero modo de vida sostenible.
Residente de Almere cuidando su parcela © Tara Schepers y Yolanda Sikking, Ayuntamiento de Almere. Fuente: The Guardian
Un proyecto audaz que coloca la autonomía alimentaria y la acción colectiva en el corazón del modelo urbano. ¿Quizás un futuro modelo a seguir para pensar las ciudades del mañana?
Un futuro urbano más verde está a nuestro alcance
Estas experiencias – en Francia, en España, en Bélgica o en los Países Bajos – tienen todas un punto en común: reconectan la ciudad con la tierra. Prueban que es posible, incluso en un contexto urbano denso, cultivar espacios vivos, reforzar la cohesión social y contribuir a la transición ecológica.
A través de los jardines compartidos, los tejados-huertos, las granjas urbanas o los barrios comestibles, los ciudadanos retoman en mano su alimentación, su marco de vida y su futuro. Participan activamente en la transformación de su entorno y reintroducen lo vivo allí donde había desaparecido.
¿Y si fuera eso, la verdadera revolución verde?
Autora: Pauline Sutter
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