La dieta “humana”

¿Qué entendemos por “comer de todo”? Todo aquello que es alimento. El hecho de que podamos digerir casi cualquier cosa es una ventaja evolutiva importante en un ambiente natural, pero ahora tenemos cierta distorsión sobre cuál es nuestro hábitat y qué es un alimento o qué es un producto. 

En un refugio de animales se intenta alimentar a cada animal lo más parecido posible a la dieta que tendría en libertad. Así, a nadie se le ocurriría dar de comer sardinas a una cebra o verduras a un león.

Entonces, la primera pregunta debería ser: ¿cuál es nuestro hábitat natural? Y ¿qué comeríamos en ese hábitat natural humano?

Durante aproximadamente 2,5 millones de años fuimos cazadores-recolectores. Las dietas de los cazadores-recolectores consistían principalmente en carne de caza, pescado y alimentos vegetales sin cultivar como raíces, tubérculos, hierbas silvestres, bayas, verduras, frutas y algo de miel estacionalmente. Los cereales y los productos lácteos, base de nuestra pirámide nutricional moderna, no formaban parte de ella hasta hace 10.000 años (y 10.000 años representan una porción de tiempo muy pequeña en nuestra línea evolutiva). Y ni hablar del azúcar y productos procesados que los introdujimos hace 50 años ¡y de qué forma!

Entonces, para responder a la pregunta de la “dieta humana”, debemos entender cómo se alimentaba nuestra especie en su hábitat natural, ese en el que evolucionó durante 2,5 millones de años.

Y lo que es seguro es que nuestros antepasados no comían productos industriales procesados que hoy tan fácilmente hallamos en supermercados y tiendas de alimentación. Tampoco tenían comida disponible todo el tiempo y a lo largo de todo el año: sufrían períodos de escasez y debían moverse para alimentarse, motivados por el hambre.

Existen numerosos estudios donde se observa que poblaciones de cazadores-recolectores están completamente libres de “enfermedades de la civilización moderna” como obesidad, diabetes o síndrome metabólico. Un ejemplo es el estudio llevado a cabo con aborígenes australianos que pasaron de una dieta tradicional de cazadores-recolectores a un estilo de vida occidentalizado, desarrollando así altas tasas de propensión a la obesidad, diabetes y otras anomalías relacionadas con el metabolismo, todas ellas prácticamente inexistentes previamente en estas sociedades.

Entonces, ¿cómo debemos alimentarnos para estar saludables?

Esencialmente, aunque los alimentos han cambiado desde la edad de piedra hasta nuestros días, podemos asemejar nuestra dieta a lo que esperan nuestros genes consumiendo gran variedad de vegetales, pescados y moluscos, huevos, aves y ocasionalmente carnes rojas.

Es probable que la calidad de los alimentos que podemos encontrar hoy en día no sea igual que la que consumían nuestros ancestros cazadores-recolectores, pero podemos intentar acercarnos lo más posible y evitar los alimentos para los que nuestro cuerpo no está aún adaptado, minimizando así la aparición de las “enfermedades de la civilización moderna”.

Y esto ya no trata solo de elegir los alimentos a los que mejor adaptados estamos, hay que prestar atención para que esos alimentos “bien elegidos” no estén contaminados con tóxicos que van a despertar un sistema inmune muy preparado para detectarlos y “protegernos con alergias y autoinmunidad”.

Nos beneficia más el contacto con algún amigo desagradable que venga con la comida recogida en la huerta más cercana, que un alimento limpio y brillante tratado con antibióticos de amplio espectro (el más conocido, el Glifosato) y otros químicos que nuestro organismo no conoce y que lo hacen reaccionar intensamente por si acaso.

Nuestro cuerpo tampoco entiende los micro-plásticos y metales pesados que acompañan a los peces más grandes. Ni espera que la carne de un mamífero contenga tanta grasa inflamatoria y tan poca musculatura por haber permanecido toda su vida en 2 metros cuadrados.  

Debemos informarnos del origen de lo que comemos y, si bien no esperamos poder salir a cazar o recolectar del bosque, sí podemos comprar vegetales de la huerta más cercana y respetuosa, conocer dónde y cómo ha vivido el animal que nos vamos a comer, salir a la naturaleza y mancharnos y tener cuidado con los tóxicos que utilizamos para asearnos. No todos los tiempos pasados fueron mejores, pero conocerlos nos ayudará a entender el presente.

“Nada tiene sentido en biología si no es bajo la luz de la evolución”. – Theodosius Dobzhansky.

Extracto de un artículo de Pablo Jiménez Sánchez
Coach en salud integral y medicina evolutiva
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Bibliografía:

O’Dea K. “Westernisation, insulin resistance and diabetes in Australian Aborigenes”. Med J Aust 1991; 155:258-43.

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